Libros sobre la Primera Guerra Mundial

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Hay diversos libros que han salido como motivo del centenario de la primera guerra mundial, aquí les dejo un lista de libros muy esclarecedores, que retratan la época en sus diversos aspectos, antes, durante y después de la Gran Guerra. En ellos se muestra la perspectiva, ambiciones y miedos de cada nación que tomaría parte de esta guerra.

Les recomiendo algunos libros de historia, no ficción:

1. Los cañones de agosto (1962), de Barbara W. Tuchman. Es, de lejos, el libro que toda persona interesada en esta contienda debería leer. Y si no le interesa la guerra, debería leerlo de todos modos porque se trata de uno de los libros de historia mejor escritos de todos los tiempos. Aunque se centra, como su nombre lo indica, en los primeros días de la conflagración es el libro que mejor ayuda a entender cómo y por qué se inició la guerra. Un auténtico clásico que nadie debería dejar de leer. Y si luego de leerlo queda convencido del extraordinario talento narrativo y expositivo de Tuchman, busque el resto de sus libros. No tienen pierde. Este libro ganó el premio Pulitzer en 1963.

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2. La Primera Guerra Mundial (1994), de Martín Gilbert. Gilbert, un reconocido historiador militar inglés y biógrafo de Churchill, es autor de muchos libros apreciados por los especialistas, pero es por esta obra que ganó un reconocimiento público y académico mundial. Aunque su voluminoso número de páginas puede desanimar a cualquiera, quien empiece a leerla se dejará arrastrar por su lectura como la mejor de las novelas. Erudito, completo, emotivo, pormenorizado, el libro de Gilbert es una auténtica enciclopedia sobre el tema que, pese a los numerosos libros aparecidos desde el año de su publicación, no ha sido superado. Tanto es así que ni el propio Gilbert pudo superarse a sí mismo cuando intentó una historia de la Segunda Guerra Mundial en dos tomos, la cual está muy por debajo del nivel de esta magnífica obra.

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3. La Gran Guerra, 1914-1918 (1968), de Marc Ferro. De todos los manuales u obras de síntesis que existen sobre la Primera Guerra Mundial, destaca esta obra que ha conocido tantas ediciones y reimpresiones como traducciones. Un honor bastante merecido porque Ferro va más allá del facilista método de presentar de manera apretada y cronológica una lista de batallas y personajes que finalmente no dicen nada. Ferro compone, en poco más de 300 páginas, una obra que analiza tanto los aspectos militares como las cuestiones económicas, geopolíticas y hasta sicológicas y morales de un conflicto que cambió el mundo para siempre, pero que no se libra de las simpatías y prejuicios que el autor no se molesta en ocultar. Con todo, sigue siendo una obra imprescindible aunque algunos títulos nuevos aparecidos recientemente la hayan superado (y con creces).

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4. Todo lo que debe saber sobre la I Guerra Mundial (2007), de Jesús Hernández Martínez. Otro libro manual que no tiene pierde, aunque desde mi punto de vista bastante inferior al de Ferro. Pero lo firma un autor, historiador y periodista, que se ha especializado en esta clase de libros-resumen o “Breve historia de…” y en los que se ha vuelto un auténtico experto. La prueba de ello es este, que es el mejor de todos los que ha publicado (casi todos los que ha escrito son sobre la Segunda Guerra Mundial), y que, como ya es habitual en él, está repleto de múltiples anécdotas y datos poco conocidos sobre la contienda que hacen amena su lectura. Por cierto, se consigue fácilmente en Lima.

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5. 1914. De la paz a la guerra (2013), de Margaret MacMillán. El relato definitivo de las fuerzas políticas, culturales, militares y personales que llevaron a Europa hacia la Gran Guerra.

La Primera Guerra Mundial puso fin a un largo periodo de paz sostenida en Europa: una época en la que se hablaba confiadamente de prosperidad, de progreso y de esperanza. Y sin embargo, en 1914 el continente se lanzó de cabeza a un conflicto catastrófico, que mató a millones de personas, desangró las economías nacionales, derrumbó imperios y puso fin para siempre a la hegemonía mundial europea. Fue una guerra que hubiera podido evitarse hasta el último momento. La pregunta es: ¿por qué se produjo?
Empezando en el siglo XIX y acabando con el asesinato del archiduque Francisco Fernando, la gran historiadora Margaret MacMillan desvela la compleja red de alianzas, cambios políticos y tecnológicos, decisiones diplomáticas y, sobre todo, personalidades y debilidades humanas que llevaron a Europa al desastre.
Una narración imprescindible para conocer el mundo de hoy entendiendo mejor el de hace un siglo.

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6. 1914. El año de la catástrofe (2013), Max Hastings.
El prestigioso autor Max Hastings se aparta de los relatos al uso para mostrarnos cómo una Europa incapaz de imaginar la magnitud de la catástrofe que iba a desencadenarse se lanzó a lo que pretendía ser “la guerra para acabar con todas las guerras”, y fue, por el contrario, el inicio de un siglo de barbarie. Hastings se basa en los resultados de las investigaciones más recientes para profundizar en los orígenes, los planes y la dirección del conflicto, y baja después hasta el campo de batalla para, como gran historiador de la guerra que es, narrarnos los combates y revivir la experiencia humana de quienes participaron en ellos, valiéndose de una riquísima documentación de cartas, diarios y testimonios de veteranos de guerra -oficiales rusos, artilleros serbios, soldados franceses o belgas…- que está en poder del autor. Un libro esclarecedor que va mucho más allá de los tópicos.

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7. 1914-1918. Historia de la Primera Guerra Mundial (2004), de David Stevenson
En el verano de 1914, Europa sucumbió a un frenesí de violencia a gran escala. La guerra que siguió tuvo repercusiones globales, destruyó cuatro imperios y costó millones de vidas. Incluso los países victoriosos padecieron las secuelas durante generaciones, y aún vivimos bajo la sombra del conflicto. En esta obra fundamental, David Stevenson revisa las causas, el curso y el impacto de esta guerra, la sitúa en el contexto de su era y revela su estructura subyacente. Este libro es una amplia historia internacional del conflicto, que ofrece sugerentes respuestas a las preguntas clave sobre el desarrollo de la Primera Guerra Mundial; preguntas que siguen siendo relevantes hoy día.
He leído que este libro se centra más en la guerra en si, detalladamente, y no tanto sus causas.

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8. La Gran Guerra y la memoria moderna (1975), de Paul Fussell. The year 2000 marks the 25th anniversary of one of the most original and gripping volumes ever written about the First World War. Fussell illuminates a war that changed a generation and revolutionised the way we see the world. He explores the British experience on the western Front from 1914 to 1918, focusing on the various literary means by which it has been remembered, conventionalized and mythologized. It is also about the literary dimensions of the experience itself. Fussell supplies contexts, both actual and literary, for writers who have most effectively memorialized the Great War as an historical experience with conspicuous imaginative and artistic meaning. These writers include the classic memoirists Siegfried Sassoon, Robert Graves and Edmund Blunden, and poets David Jones, Isaac Rosenberg, and Wilfred Owen. In his new introduction Fussell discusses the critical responses to his work, the authors and works that inspired his own writing, and the elements which influence our understanding and memory of war. Fussell also shares the stirring experience of his research at the Imperial War Museum’s Department of Documents. Fussell includes a new Suggested Further Reading List.
Fussell’s landmark study of World War I remains as original and gripping today as ever before: a literate, literary, and illuminating account of the Great War, the one that changed a generation, ushered in the modern era, and revolutionized how we see the world. 14 halftones.

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9. Sonámbulos. Cómo Europa fue a la guerra en 1914 (2012), de Christopher Clark
Sonámbulos es el relato fascinante del historiador Christopher Clark de los inicios explosivos de la Primera Guerra Mundial. Sobre la base de nuevos estudios, Clark ofrece una nueva mirada a la Primera Guerra Mundial, centrándose no sólo en las batallas y las atrocidades de la guerra en sí, sino en la complejidad de los acontecimientos y relaciones que llevaron a un grupo de líderes bien intencionados a un conflicto brutal. Clark traza los caminos a la guerra minuto a minuto, en una narrativa llena de acción que nos lleva a los centros de decisión clave en Viena, Berlín, San Petersburgo, París, Londres y Belgrado, y examina las décadas de la historia que nos condujeron a la acontecimientos de 1914; los detalles de los malentendidos mutuos y las señales no deseadas que llevaron a la crisis hacia adelante en unas pocas semanas. Meticulosamente documentado y magistralmente escrito, Sonámbulos es una crónica dramática de cómo Europa entró en una guerra que desgarró el mundo existente para siempre.

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10. La Gran Guerra (2003), de John H. Morrow, Jr. The Great War places World War One in the context of imperialism and gives due weight to the role of non-Europeans in the conflict.

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11. Crónica de la Guerra Europea de 1914-1918, de Vicente Blasco Ibáñez
El escritor español Vicente Blasco Ibáñez, exiliado en Francia en aquella época, fue testigo directo del conflicto y también narrador de primera fila de esa contienda que «iba a acabar con todas las guerras». Concebida en varios volúmenes, la Crónica de la Guerra Europea de 1914 constituye hoy un testimonio de primer orden sobre los acontecimientos de la Primera Guerra Mundial. Minuciosa, completa, detallada y, sobre todo, muy personal, no es sólo un relato impactante de la violencia desatada, sino también un análisis completo de sus circunstancias y motivaciones, de su entorno social, político y humano.
Ninguneada durante el franquismo debido a su carácter antialemán, esta auténtica enciclopedia de la Gran Guerra había caído en el olvido. El presente volumen rescata una obra que Blasco Ibáñez escribió no sólo como un trabajo periodístico, sino como el retrato de una Europa dominadora del mundo pero a la vez empobrecida, dividida y llena de odios, sumida en una eterna crisis económica que pronto derivaría hacia los autoritarismos fascistas. Un buen aviso, cien años después, para un mundo que quizá no haya cambiado tanto como parece; y también una excelente lectura, viva, enérgica, que ofrece un punto de vista poco corriente sobre una de las grandes catástrofes de la historia.

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12. La belleza y el dolor de la batalla, (2008) de Peter Englund
Es este un libro sobre la Primera Guerra Mundial. No es, sin embargo, un libro sobre qué fue esa guerra –es decir, sobre sus causas, su progreso, su final y sus consecuencias-; sino un libro sobre cómo fue. Lo que el lector encontrará aquí no son tanto factores como personas, no tanto procesos como impresiones, vivencias y estados de ánimo. Lo que he intentado reconstruir, más que el curso de unos acontecimientos, es un mundo emocional.
El lector seguirá de cerca a veinte individuos, personajes reales todos, por supuesto (no hay en este libro nada ficticio, su contenido se basa en los documentos de diversa índole que dichas personas dejaron), todos ellos rescatados del anonimato o del olvido, todos situados en las capas más bajas de la jerarquía.
Peter Englund es el sueco que presenta los premios Nobel.

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13. Los siete pecados capitales del imperio alemán en la Primera Guerra Mundial (2006), de Sebastián Haffner. De todos los libros importantes aparecidos en los últimos años sobre la Primera Guerra Mundial, he escogido este que ya tiene un buen tiempo (y relativo éxito) en los escaparates de nuestras librerías (hasta donde sé, el publicitado libro de Margaret MacMillán, “1914. De la paz a la guerra”, todavía no ha llegado a Lima y el de Max Hastings, “1914. El año de la catástrofe”, tiene un precio casi obsceno -algo realmente lamentable porque Hastings es uno de los historiadores militares más interesantes de los últimos tiempos). Como su nombre lo indica, Haffner compone siete ensayos sobre siete errores que causaron la ruina de Alemania y en los que la característica común es que acaba con varios mitos sobre la derrota alemana y la famosa “puñalada por la espalda” que divulgaron los nazis para ganar popularidad e iniciar su carrera de odio contra los judíos. Sin exagerar, un clásico moderno (al menos para mí).

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14. Los siete pilares de la sabiduría (1922) de T. E. Lawrence
Resulta casi imposible separar en nuestra imaginación la monumental obra autobiográfica de T. E. Lawrence (1888-1935) —casi mil páginas en su edición española— de la película de David Lean Lawrence de Arabia. Este libro, a la vez relato de viajes por los desiertos de Oriente Próximo, crónica histórica y recorrido iniciático, es considerado también uno de los grandes manuales militares de la técnica de las guerrillas (volvió a hablarse mucho de él, por ejemplo, cuando estalló la insurgencia en Irak). Lawrence fue el oficial encargado de unir a las tribus árabes en su lucha contra el imperio otomano durante la IGM. Sin embargo, perdió en el terreno diplomático con el tratado Sykes-Picot y vio cómo eran traicionadas las promesas que les hizo a sus aliados árabes, que nunca llegaron a cumplirse. Es un libro apasionante, aunque excesivo como el propio Lawrence, cuya importancia es todavía fundamental para comprender lo que ocurre en la región.
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Les paso unos libros de crónicas y novelas, sobre la primera guerra mundial, para que redondeen sus ideas, también las novelas dan otra aproximación más humana, emocional a este conflicto. Por ahí, hay varios clásicos del siglo XX.

15. Tempestades de acero
Ernst Jünger (1920)

El relato autobiográfico del narrador y filósofo alemán Ernst Jünger (1895-1998) es la antítesis de libros como El miedo o Sin novedad en el frente. Se puede decir que casi desde los tiempos de la épica griega no se había escrito un elogio tan contundente de la guerra: su biógrafo francés Julien Hervier habla incluso del “sentimiento lúdico de la guerra” en Jünger. Se puede (incluso se debería) no estar de acuerdo con la visión que ofrece del conflicto, pero hay algo en las páginas de Tempestades de acero (Tusquets, en una traducción de Andrés Sánchez Pascual) que nos engancha. Se trata de una obra que mezcla el heroísmo con la violencia atroz, ya que en ningún momento Jünger trata de ocultar lo que la guerra produce. Este libro logró sobrevivir a una marca tan siniestra como los elogios que le lanzaron los jerarcas nazis para convertirse en una obra apasionante e inclasificable.
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16. París bombardeado
Azorín (1921)

Esta recopilación de las crónicas que Azorín (1873-1967) escribió desde París en 1918 para el diario Abc no es seguramente uno de los libros más importantes escritos sobre la I Guerra Mundial. Sin embargo, merece estar en esta lista. Refleja la visión española de un conflicto del que nuestro país se sentía ajeno —nadie podía prever hasta qué punto le alcanzarían sus consecuencias—; pero es también un magnífico relato de una de las principales características que aportó esta guerra a la infamia universal: los primeros bombardeos contra civiles desde el aire. El relato que hace el escritor de la generación del 98 de las avenidas vacías de París, de los apagones a medianoche ante la llegada de los zepelines, del terror de los bombardeos y de los refugios refleja lo que se avecinaba sobre Europa. Con sus frases cortas, cargadas a veces de ironía y otras de emoción, Azorín describe París con precisión y a la vez anticipa el resto del siglo XX.
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17. Adiós a todo eso
Robert Graves (1929)

Las memorias del autor de Yo, Claudio simbolizan la historia de toda una generación de jóvenes británicos que acabó cercenada en la I Guerra Mundial. El título refleja el sentimiento de fin de época que significó el conflicto para todos aquellos que sobrevivieron, la ruptura con la confianza ciega en el futuro. Robert Graves (1895-1985), que también fue uno de los grandes poetas de las trincheras, combatió en la batalla del Somme. “Ni siquiera la promesa de una ración extra de ron logró levantar los ánimos del batallón. No había nadie que no estuviera de acuerdo en que aquel ataque era inútil, imbécil e irrealizable”, escribe sobre el mayor desastre de la historia militar británica, una ofensiva que costó la vida a 20.000 militares solo en la jornada del 1 de julio de 1916. De hecho, resultó herido de gravedad unos días más tarde. La estupenda versión castellana, publicada por Edhasa, es obra del escritor mexicano Sergio Pitol.
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18. El mundo de ayer
Stefan Zweig (1942)

No es una obra sobre la I Guerra Mundial, pero se trata de uno de los libros más bellos que se han escrito sobre lo que significa Europa y sobre cómo fue destruida dos veces, en dos cataclismos tan conectados entre sí que, en cierta medida, forman uno solo: en 1914, con el inicio de la IGM, y en 1933, con la llegada de Hitler al poder, que acabaría desembocando en la II Guerra Mundial. Con el subtítulo de Memorias de un europeo, Stefan Zweig (1881-1942) escribió su autobiografía al final de su vida. Se suicidó en 1942 creyendo que su mundo había desaparecido para siempre y que, como judío, iba a ser perseguido eternamente. Varios capítulos transcurren durante el conflicto y es emocionante su descripción del verano de 1914, pero por encima de todo es tal vez el libro que mejor describe lo que la guerra destruyó, la Europa borrada del mapa (literalmente) en las trincheras.
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19. Y si la guerra continúa (1946), de Hermann Hesse
Herman Hesse, uno de los más talentosos escritores de todos los tiempos, construye en este libro una mordaz y a veces terrible alegoría: la del ser humano encadenado a los mecanismos monstruosos de la opresión, la guerra, la autoridad coercitiva e impuesta, la crueldad demencial y aterradora de los hombres que sojuzgan a otros hombres.
Todo el volumen está presidido por la que fue constante fundamental de toda la obra de Hesse: una desgarrada y enternecida angustia por el destino del hombre.
One of the most astonishing aspects of Hesse’s career is the clear-sightedness and consistency of his political views, his passionate espousal of pacifism and internationism from the start of World War I to the end of his life. The earliest essay in this book was written in September, 1914 and was followed by a stream of letters, essays, and pamphlets that reached its hight point with «Zarathustra’s Return» (published anonymously in 1919, the year that also saw the publication of ‘Demian’), in which Hesse exhorted German youth to shake off the false gods of nationalism and militarism that had led their country into the abyss. Such views earned him the labels ‘traitor’ and ‘viper’ in Germany, but after World War II he was moved to reiterate his beliefs in another series of essays and letters.
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20. Sin novedad en el frente
Erich Maria Remarque (1929)

Esta novela fue publicada en 1929 en Alemania, cuando el mundo se enfrentaba a la Gran Depresión. Era también el momento en que el nazismo comenzaba a hacerse cada vez más fuerte. Sin novedad en el frente, que fue un éxito inmediato, es una de las novelas antibelicistas más influyentes de todos los tiempos, un relato de cómo la guerra destruye a los hombres, incluso a aquellos que sobreviven. Su primera adaptación cinematográfica, de Lewis Milestone, ganó sólo un año más tarde el Oscar a la mejor película y mejor director. Naturalmente, fue una de las obras quemadas en público por los nazis desde 1933. El libro de Erich Maria Remarque (1898-1970), que se inspiró en sus propias experiencias como soldado, nunca ha cesado de ser reeditado y leído como uno de los grandes testimonios de la lucidez y la inteligencia frente a la irracionalidad de la guerra y la fuerza devastadora del patriotismo mal entendido.
El mejor homenaje y reconocimiento que este pequeño libro recibió provino de los nazis, que lo prohibieron y quemaron miles de sus ejemplares en 1933 acusándolo de pervertir el espíritu de los jóvenes germanos.
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21. El buen soldado Svejk
Jaroslav Hasek (1922)

A veces uno se pregunta si hay otra forma de contar la I Guerra Mundial que no sea a través de la parodia, porque incluso el drama más tremendo se queda corto para describir lo que ocurrió en Europa entre 1914 y 1918. Las aventuras del buen soldado Svejk (Galaxia Gutenberg, en una gran traducción de Monika Zgustova) es una obra de ficción imprescindible sobre este conflicto por su ambición, por su volumen, pero también por su capacidad inmensa de ironía y sátira en la mejor tradición de Rabelais o Cervantes. Jaroslav Hasek (1883-1923) es considerado el gran narrador checo junto a Kafka, aunque, a diferencia del autor de La metamorfosis, escribió en su lengua materna, no en alemán. Como escribe la traductora en el prólogo de la edición española, “Svejk ridiculiza todas las instituciones ante las que comparece: las de la justicia, las militares, las políticas, las religiosas y las de salud”.
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22. Los cuatro jinetes del Apocalipsis
Vicente Blasco Ibáñez (1916)

Con permiso de las grandes novelas de Charles Dickens, Los cuatro jinetes del Apocalipsis fue uno de los primeros best sellers mundiales, una obra que alcanzó rápidamente una importancia planetaria: fue publicada en castellano en 1916, traducida en Estados Unidos en 1918 y llevada al cine en 1921, con Rodolfo Valentino como protagonista. Con la historia de dos familias relacionadas entre sí que luchan en bandos diferentes durante el conflicto, publicada en plena guerra, el valenciano Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928) logró tocar una fibra global. La mezcla de relato familiar con la descripción de la Europa devastada por la guerra, el compromiso a favor de los aliados, sin ocultar la bestialidad del conflicto, atrajeron a millones de lectores. “Tumbas… tumbas por todas partes. Las blancas langostas de la muerte cubrían el paisaje”, escribe en una de sus muchas descripciones de escenarios bélicos. Literatura de otros tiempos sin los cuales es imposible entender los nuestros.
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23. El retorno del soldado
Rebecca West (1918)

Si hay un libro que retrata cómo la guerra alcanza también a aquellos que no la han vivido, ese es sin duda El retorno del soldado, la primera novela de la británica Rebecca West (1892-1983), una de las escritoras más importantes del siglo pasado. West es también autora de una obra maestra de la literatura de viajes, Cordero negro, halcón gris, que a través de un recorrido por los Balcanes permite comprender muchas claves de la historia europea. “Nunca seré capaz de entender cómo ocurrió”, dice, desde Sarajevo, sobre el estallido de la guerra. El retorno del soldado (Herce, en traducción de Laura Vidal) relata la historia del regreso a casa de un militar que resultó herido en el frente. Existe un abismo entre lo que él ha vivido en Flandes y la percepción que tiene su familia de lo ocurrido durante la I Guerra Mundial. La autora todavía cree en el futuro y en que el trauma bélico puede tener curación a través del psicoanálisis.
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24. Adiós a las armas
Ernest Hemingway (1929)

El premio Nobel Ernest Hemingway (1899-1961) fue un joven que condujo ambulancias durante la I Guerra Mundial, uno de los trabajos más peligrosos, ya que había que ir y volver constantemente del frente a merced de la artillería; resultó herido y vivió una historia de amor con una enfermera en Italia, un idilio que acabó mal aunque por motivos muy diferentes a los que describe en el libro. Así nació su segunda novela, después de Fiesta. Fue otra obra sobre la guerra que tuvo inmediatamente un gigantesco éxito y que fue llevada al cine al poco tiempo. Sigue siendo uno de sus libros más célebres. Otro miembro de la generación perdida, John Dos Passos, narró sus experiencias bélicas en la novela Iniciación de un hombre: 1917, de la que acaban de publicarse dos ediciones en castellano, en Gallo Nero y Errata Naturae. Las obras de Hemingway, Dos Passos o Scott Fitzgerald reflejan la inmensa huella que dejó el conflicto.
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25. El miedo
Gabriel Chevallier (1930)

Uno de los grandes efectos de la I Guerra Mundial fue que, en medio del horror de las trincheras, nació el pacifismo, aunque, desde luego, no la paz. “Veinte millones, todos de buena fe, todos de acuerdo con Dios y su príncipe… Veinte millones de imbéciles… Como yo. O más bien no, porque yo nunca creí en ese deber. Ya a los 19 años, pensaba que no había ninguna grandeza en hundir un arma en el vientre de un hombre, en regocijarme con su muerte”, escribe Gabriel Chevallier (1895-1969) al inicio de esta obra maestra, olvidada durante muchos años. Esta novela autobiográfica relata la suerte de los poilus, los soldados franceses que acabaron destrozados en el frente bajo el mando de oficiales muchas veces incompetentes y, desde luego, muy poco considerados con la vida de sus soldados. Es un libro escalofriante, escrito a pie de trinchera. El miedo (Acantilado) es uno de los grandes testimonios universales sobre la guerra.
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26. Johnny cogió su fusil (Johnny Got His Gun)
Dalton Trumbo (1931)

La I Guerra Mundial dejó centenares de miles de mutilados, de soldados destrozados por las armas más modernas jamás utilizadas en ningún conflicto, pero también salvados por una medicina que había avanzado a pasos agigantados. Dalton Trumbo (1905-1976), guionista y novelista que acabaría siendo apartado del cine durante la caza de brujas en Hollywood del senador McCarthy, escribió la historia de uno de estos heridos, sin piernas ni brazos, sin poder hablar, pero con la mente totalmente lúcida. Es un relato espeluznante, pero también la metáfora de los heridos, física o moralmente, por la guerra, hombres aislados de su sociedad, condenados a no poder transmitir sus sufrimientos. Trumbo pasó muchos años sin poder trabajar hasta que el productor y protagonista de Espartaco se empeñó en que su nombre apareciese en los créditos. Curiosamente, el director, Stanley Kubrick, y el actor Kirk Douglas son los responsables del mejor filme sobre el conflicto, Senderos de gloria.
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27. Viaje al fin de la noche
Louis-Ferdinand Céline (1932)

El siglo XX ha producido pocos escritores tan complejos, polémicos y grandes como Louis-Ferdinand Céline (1894-1961). Leer su obra supone asomarse al abismo porque conocemos su antisemitismo feroz y sabemos que estuvo en el bando de los nazis durante la II Guerra Mundial. La polémica nunca ha dejado de acompañarle. Dicho esto, ¿es Viaje al fin de la noche una de las grandes novelas universales? Sin duda. Por su lenguaje, por su estructura, por su técnica narrativa, fue una obra extraordinariamente innovadora, pero se lee también como un libro imprescindible sobre el conflicto, uno de los mayores gritos contra el absurdo de la guerra nunca escritos. Su protagonista, Ferdinand Bardamu, es un tipo cínico y descreído, un individuo que va al frente sin ninguna gana de ser un héroe, ni de jugarse la vida. “La guerra es al final todo lo que no entendemos”, escribe. A Céline es imposible comprenderlo, pero también dejar de leerlo.
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28. La marcha Radetzky (1932), de Joseph Roth.
Aunque la novela se centra en la historia de una aristocrática familia austro-húngara desde mediados del siglo XIX hasta principios del XX, en realidad sus páginas encierran el canto del cisne de un mundo y sus valores sociales y culturales que sucumbieron tras finalizar la guerra. Las tres grandes dinastías que desaparecieron – los Hohenzollern, los Habsburgo y los Romanov- y los cuatro imperios que se derrumbaron – el de los zares, el otomano, el alemán y el austro-húngaro – encuentran en la historia de la familia Trotta el capítulo final de un desmoronamiento tan inevitable como dramático. Es una de las grandes novelas históricas y políticas del siglo XX y una de las mejor escritas el siglo pasado. Solo Thomas Mann eclipsa la obra de Roth con su monumental “Los Buddenbrook”. Nada menos.
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29. La caída de los gigantes (2010), de Ken Follet.
Primera parte de una trilogía con la que el famoso autor inglés de best sellers pretende recrear, literariamente, los grandes acontecimientos bélicos del siglo XX. No es lo mejor que ha escrito (siempre preferiré su “Los pilares de la tierra” a cualquier título que haya publicado o publique) y tampoco un libro imprescindible para entender la conflagración mundial, pero es un libro que resulta interesante a ratos y que incluyo en esta lista porque es la novela más importante sobre la Gran Guerra que se ha publicado últimamente. Tiene ese aliento e intención épicos (o al menos lo intenta) que se deja extrañar en las novelas actuales.
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30. 14 (2012), de Jean Echenoz
En el año 1914, cuatro jóvenes de un pueblo de la Vandea, en el oeste de Francia, llamados Anthime, Arcenel, Bossis y Padioleau son reclutados para formar parte de las filas francesas que lucharán contra Alemania y sus aliados. Cada uno de ellos tendrá una suerte distinta. El infierno dantesco de las trincheras provocará despertará en uno de ellos la idea de desertar, otro será herido y se librará de tan desproporcionado calvario y así, de diferentes formas, todos verán que esa irrupción truncará para siempre sus existencias en ese gran horror dónde carne y metal se fusionan en una pesadilla horripilante.
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31. Agosto 1914 (1970), de Aleksandr Solzhenitsyn
En “Agosto de 1914” se narran los desafortunados movimientos rusos en el frente oriental de Prusia y la subsiguiente derrota, analizándose matemáticamente los hechos. En 1917 con la Revolución Bolchevique, Rusia se retiraría unilateralmente de la guerra.
Como en todas las obras de Solzhenitsyn, nunca se muestran explícitamente escenas de horror y sangre. Ese recurso fácil, que de sobras conoce el lector, no le interesa. A él le importa la verdad, el análisis detallado de las causas de la derrota, aunque duela. El hilo conductor de este análisis lo encarna el protagonista, el inteligentísimo coronel Vorotintsev.
Desde los primeros capítulos, y a través de él, sabemos que los inmensos movimientos de tropas rusas en la Prusia Oriental están llamadas al fracaso, lo que supone la muerte de miles y miles de soldados, muertes inútiles de jóvenes que luchan por la su amada tierra y su amado zar – el padrecito –.
El análisis revela que frente a las nuevas técnicas de guerra, que ya dominan los alemanes, y la buena organización de estos, los rusos utilizan todavía el sistema napoleónico, pero sobre todo, se nos revela la incapacidad de coordinación del Alto Mando y sus contradicciones funestas.
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32. Senderos de Gloria (1935), de Humphrey Cobb
Conocida por la adaptación cinematográfica de Stanley Kubrick, Senderos de gloria es un retrato escalofriante sobre la instrumentalización de la justicia y una de las mejores denuncias del militarismo y sus excesos.
Ambientada en la primera guerra mundial, la guerra de trincheras donde cada palmo de terreno se gana con la sangre de cientos de hombres, la historia, basada en acontecimientos reales, narra la ejecución, por insubordinación y cobardía, de cuatro soldados del 181 Regimiento del frente del Ejército Francés. Un ataque suicida contra las posiciones alemanas en un punto de vital importancia estratégica acaba siendo un fracaso estrepitoso. El general Assolant, uno de los principales responsables del desastre, convoca un consejo de guerra. Para escarmentar a las tropas, tres soldados elegidos al azar son acusados falsamente de cobardía ante el enemigo, enfrentándose así a la pena de muerte por fusilamiento.
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33. El gran torbellino del mundo (1926), de Pío Baroja
En esta novela Baroja nos ofrece una visión de la Europa en guerra de 1914 y de la inmediata posguerra a través de los ojos y de las reflexiones del protagonista, José Larrañaga, que viaja por Europa y que, una vez más, es en gran medida el propio autor. José Larrañaga, aficionado a la pintura y a la literatura y agente en Rotterdam de una compañía naviera bilbaína, recibe un encargo de su tío, el magnate de la misma, que consiste en acoger en París a sus primas Pepita y Soledad. Es la primera brusca y sincera, su amor de la infancia. Soledad es más dulce e introvertida, y discreta. El gran torbellino del mundo es la primera parte de la Trilogía “Memorias de nuestro tiempo”.
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34. Un soldado de la gran guerra (1991), de Mark Helprin
Un día de agosto de 1964, tras discutir acaloradamente con el conductor del autobús procedente de Roma, el septagenario Alessandro Giuliani decide emprender a pie el camino de 70 Km que ha de conducirle a Monte Prato. Le acompaña el joven Nicoló, un vehemente aprendiz de mecánico.
Lo que sigue no es el relato de una excursión, sino la detallada y apasionante historia de Alessandro. El anciano le describe a su acompañante cómo él, hijo de un importante abogado, graduado en Estética por la Universidad de Bolonia y con alguna incursión en el periodismo político a sus espaldas, se vio inmerso en el cataclismo de la Primera Guerra Mundial.
Encarcelado por desertar de su regimiento, liberado de la ejecución y de nuevo en el frente, donde fue herido, Giuliani se enamoró de una enfermera italofrancesa a la que convertiría en su esposa y, ya en la posguerra, trabajó de jardinero y de obrero, entre otros oficios.
Pero aunque por fin hubiese llegado la paz, todavía tendría que cruzarse con otra catástrofe histórica y habría de soportar experiencias personales muy dolorosas…
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35. Demian (1919), de Hermann Hesse
Aunque la primera guerra mundial comienza casi al final del libro, creo que esta novela es una gran alegoría acerca del derrumbe de toda una concepción del mundo. «Para nacer hay que romper un mundo», una de las frases más famosas de este libro. En 1914 se rompió el mundo, se rompieron las esperanzas de una sociedad, y vimos cuan frágil era la civilización moderna. La gran guerra puede representar un paso de la niñez a la madurez, para la humanidad. Así somos partícipes del como también lo ven y lo sienten Emil Sinclair y Demian.
El libro fue escrito durante la guerra, y publicado poco después de finalizada.
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36. The First World War, de Hew Strachan
“This serious, compact survey of the war’s history stands out as the most well-informed, accessible work available.” ( Los Angeles Times )
Nearly a century has passed since the outbreak of World War I, yet as military historian Hew Strachan argues in this brilliant and authoritative new book, the legacy of the “war to end all wars” is with us still. The First World War was a truly global conflict from the start, with many of the most decisive battles fought in or directly affecting the Balkans, Africa, and the Ottoman Empire. Even more than World War II, the First World War continues to shape the politics and international relations of our world, especially in hot spots like the Middle East and the Balkans.

Strachan has done a masterful job of reexamining the causes, the major campaigns, and the consequences of the First World War, compressing a lifetime of knowledge into a single definitive volume tailored for the general reader. Written in crisp, compelling prose and enlivened with extraordinarily vivid photographs and detailed maps, The First World War re-creates this world-altering conflict both on and off the battlefield—the clash of ideologies between the colonial powers at the center of the war, the social and economic unrest that swept Europe both before and after, the military strategies employed with stunning success and tragic failure in the various theaters of war, the terms of peace and why it didn’t last.

Drawing on material culled from many countries, Strachan offers a fresh, clear-sighted perspective on how the war not only redrew the map of the world but also set in motion the most dangerous conflicts of today. Deeply learned, powerfully written, and soon to be released with a new introduction that commemorates the hundredth anniversary of the outbreak of the war, The First World War remains a landmark of contemporary history.
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37. The First World War: Volume I: To Arms
, de Hew Strachan
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Este capítulo es sobre el episodio en África, Asia y América:


En el documental se ven a hombres como el Almirante Grav von Spee, que inflingió a Inglaterra su mayor derrota naval desde hacía 250 años, y en aguas americanas, o el comandante Paul Von Lettow-Vorbeck, en el África que fue el único oficial alemán cuyo frente no fue derrotado, y nunca fue capturado, se convirtieron en leyendas en Alemania.

Sobre la guerra en África:
38. The First World War in Africa, de Hew Strachan
To Arms is Hew Strachan’s most complete and definitive study of the opening of the First World War. Now, key sections from this magisterial work are published as individual paperbacks, each complete in itself, and with a new introduction by the author. The First World War was not just fought in the trenches of the western front. It embraced all of Africa. Many of those who fought this white man’s war were black. The dangers they confronted went beyond those of the battlefield. They fell prey to malaria and dysentry, and they were attacked by lions and crocodiles. But it was a vast and spectacular theatre of operations, in which great personalities – thrusting German officers like Paul von Lettow-Vorbeck, or big-game hunters like Peter Pretorious – could impose themselves. Embracing the perspectives of all the nations who fought there, this is the first ever full account of the Great War in Africa.
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39. Tip and Run: The Untold Tragedy of the Great War in Africa, de Edward Paice
In the aftermath of the Great War, many Britons dismissed the East Africa campaign as a remote “sideshow.” But to the other combatant powers, it was a campaign of immense importance, and it continued to rage even after the Armistice was signed. Here, for the first time and in devastating detail, is the true story of what happened, told by one of the finest historians of our time. Edward Paice follows this final phase of the European conquest of Africa, as both Allies and Germans lay waste to an area five times the size of Germany, and cause civilian suffering on an unimaginable scale.
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40. Retrato de una familia turca (1950), de Irfan Orga
Retrato de una familia Turca narra las memorias de su autor en la Turquía del primer cuarto de siglo. Nacido en una familia acomodada e inmersa en las tradiciones ancestrales de la época de los Sultanes, el marco idílico de los primeros años infantiles se verá truncado súbitamente por los embates del destino. La Gran Guerra y la mala fortuna van a ser las encargadas de cambiar aquella existencia próspera por la penuria y el empobrecimiento. Ante estos hechos, el autor se afanará, en mil y una tentativas infantiles y juveniles, por transmutar las adversidades en luz y conservar la voluntad de sonreír en un mundo cada vez más inhóspito.
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Y otro libro de Robert Graves:
41. Lawrence y los árabes (1927), de Robert Graves
Publicada originalmente en 1927, Lawrence y los árabes es la primera biografía de T. E. Lawrence y uno de los primeros libros extensos en prosa de Robert Graves. El propio Graves define así su propósito: «He intentado presentar con la mayor sencillez posible una imagen de una personalidad de complejidad exasperante, intentando asimismo que historia tan enrevesada resultase inteligible y nítida…» Basándose en los relatos escritos de Lawrence, y minucioso intercambio epistolar con él, las dotes de narrador de Graves y su poder de síntesis y análisis construyen un retablo preciso, nítido y fascinante de la peripecia de un personaje singular y la historia de un pueblo y unos parajes de perenne actualidad.
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Citas de «Mis Universidades», de Máximo Gorki

«Mis universidades», que culmina la trilogía autobiográfica de Gorki, ofrece una visión sin igual del clima que empapa la sociedad rusa de finales del siglo XIX y, junto a «Infancia» y «Por el mundo», constituye un testimonio único del carácter y la vida de un pueblo que se abisma a una serie de cambios dramáticos y fundamentales para el conjunto de la historia contemporánea.

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Estan son algunas partes de las que más me gustaron del libro de memorias «Mis Universidades» (1923) del escritor ruso Máximo Gorki. Un libro que considero uno de los mejores que haya leído.

Había ya aprendido a soñar con aventuras extraordinarias y grandes hazañas. Aquello me ayudaba grandemente en los días duros de la vida, y como tales días eran muchos, me ejercitaba cada vez más en el arte de los ensueños. No esperaba ayuda exterior ni confiaba en la suerte, pero en mí se iba desarrollando una voluntad tesonera, y cuanto más difíciles eran las condiciones de vida, tanto más fuerte e incluso más inteligente me sentía. A muy temprana edad comprendí que al hombre lo forja su resistencia al medio que le rodea.
Pág. 10 (2)

—¿Y qué es eso de espiritual?
—Es espiritual la persona que no envidia nada, que sólo siente curiosidad…
Pág. 12 (5)

La lectura del libro de Mill no me atraía; pronto, los principios fundamentales de su economía se me antojaron muy conocidos, pues los había ya adquirido por propia experiencia y los llevaba escritos en mi propia piel; me parecía que no valía la pena escribir un grueso libro con palabras enrevesadas sobre una cosa que estaba completamente clara para todo el que gastaba sus fuerzas en aras del bienestar y comodidades de “un tío extraño”. Con enorme esfuerzo, permanecía sentado, durante dos o tres horas, en aquella cueva llena del olor de la cola y observando cómo las cochinillas se deslizaban por la sucia pared.
Pág. 29 (1)

Los oyentes escupían con asco, lanzaban atroces insultos contra los estudiantes, y yo, viendo que Teresa despertaba el odio contra personas a quienes yo amaba ya, les decía que los estudiantes querían al pueblo, deseaban su bien.
—Esos son los estudiantes de la calle Voskreséns- kaia, los laicos, los de la universidad, ¡yo me refiero a los religiosos, a los del campo de Arski! Ellos, los religiosos, son todos huérfanos, y el huérfano, de seguro, sale siempre un ladrón o un picaro, una mala persona, ¡al huérfano no le sujeta nada!
Pág. 48 (7-8)

—¡El progreso ha sido inventado para el autoconsuelo! La vida es irracional, absurda. Sin esclavitud no hay progreso. Sin sometimiento de la mayoría a la minoría la humanidad se detiene en sus caminos. Deseando aliviar nuestra vida, nuestro trabajo, no hacemos más que complicar la vida y aumentar el trabajo. Fábricas y máquinas para hacer más y más máquinas, ¡es necio! Aumentan sin cesar los obreros, cuando lo que se necesita es sólo el campesino, el productor del pan. El pan es lo único que hay que tomar con trabajo de la naturaleza. Cuanto menos necesite el hombre, más feliz será; a mayores deseos, menos libertades.
Pág. 56 (5)

—Compréndelo; cada uno necesita bien poco: un pedazo de pan y una mujer…
Pág. 57 (1)

—El amor y el hambre gobiernan el mundo —oía yo su ardiente murmullo y recordé que aquellas palabras estaban impresas bajo el título del folleto revolucionario El zar Hambre, lo que les dio en mis pensamientos una importancia singularmente grande.
—La gente busca olvido y consuelo, ¡y no el saber!
Este pensamiento acabó de maravillarme.
Pág. 57 (4)

—Usted está con nosotros, pero no es de los nuestros, se lo digo yo —prosiguió meditabundo, en voz queda—. A los intelectuales les gusta la inquietud, desde los tiempos más remotos vienen sumándose a las revueltas. Del mismo modo que Cristo era idealista y se amotinó para conseguir fines ultraterrenos, así todos los intelectuales se amotinan en aras de utopías. Se amotina el idealista, con él las nulidades, los miserables, los canallas, y todo por rabia, pues ven que en la vida no hay sitio para ellos. El obrero se subleva para hacer la revolución, necesita conseguir una distribución justa de los instrumentos y productos del trabajo. Cuando tome el Poder definitivamente, ¿cree usted que va a estar de acuerdo con el Estado? ¡ Por nada del mundo! Todos se separarán unos de otros y cada uno, por su cuenta y riesgo, se procurará un rinconcito tranquilo…
Pág. 59 (2)

Y vinieron a mi memoria los versos de Enrique Ibsen:
¿Qué yo soy conservador? ¡Oh, no!
Yo soy lo que he sido toda mi vida:
No me gusta barajar las figuras,
prefiero cambiar toda la partida.
Recuerdo una revolución, solamente,
que pudo el mundo entero destrozar,
pues era más sensata que todas las siguientes
me refiero al Diluvio, claro está.
¡Y aun entonces, al Diablo se le engañó!
Ya sabéis que Noé se hizo dictador.
Si esto pudiera hacerse con mayor honradez
si pudieseis lograr un diluvia otra vez,
yo gustoso mi ayuda prestaría sin falta,
¡colocando un torpedo bajo el arca!
Pág. 60 (4) Henrik Ibsen

Sí, yo quería. Pero recordaba las palabras del maestro de historia:
«La gente busca olvido, consuelo y no el saber’’.
Para estas agudas ideas es pernicioso el encuentro con personas de diez y siete años, pues las ideas se embotan en tales encuentros y las personas tampoco ganan nada con ello.
Pág. 61 (9)

A medida que iba desentrañando los secretos del oficio, el maestro panadero trabajaba menos; me «enseñaba”, diciendo con cariñoso asombro:
—Eres capaz para el trabajo, dentro de un año o dos serás panadero. Tiene gracia. Como eres joven, no te harán caso, no te respetarán…
Mi pasión por la lectura no la aprobaba:
—En vez de leer, deberías dormir —me aconsejaba solícito, pero nunca me preguntaba qué libros leía.
Pág. 68 (3)

Por primera vez oía exponer estos pensamientos con tanta crudeza, aunque anteriormente ya había tropezado con ellos, pues tienen más vida y están más difundidos de lo que generalmente se cree. Unos siete años más tarde, leyendo algo acerca de Nietszche, recordé con gran nitidez la filosofía del guardia urbano de Kazán. A propósito de esto, diré que raramente he encontrado en los libros pensamientos que no haya escuchado antes en la vida.
Pág. 97 (1)

La cuestión de la importancia del amor y la misericordia en la vida del hombre —compleja y terrible cuestión— había surgido ante mí pronto; al principio, en forma de sentimiento impreciso, pero muy agudo, conturbó mi alma; luego, en forma precisa, determinada en claras palabras:
“¿Qué papel desempeña el amor?”
Cuanto yo había leído estaba penetrado de las ideas de la cristiandad, del humanismo, de los clamores sobre la compasión hacia las gentes; de esto hablaban con elocuencia y fogosidad las mejores personas que yo conocía por aquel entonces.
Todo lo que yo había observado de modo directo casi no tenía nada de común con la compasión hacia las gentes. La vida se desarrollaba ante mí como una interminable cadena de odios y crueldades, como una continua y abyecta lucha por la conquista de cosas fútiles. Yo, personalmente, sólo necesitaba libros, todo lo demás no tenía para mí importancia alguna.
Bastaba con salir a la calle y estar sentado a la puerta una hora, para comprender que todos aquellos cocheros, porteros, obreros, funcionarios, comerciantes, no vivían como yo ni como la gente a quien yo más amaba; no querían lo mismo, no iban en la misma dirección que nosotros. Aquellos a quienes yo apreciaba y creía se encontraban en rara soledad, eran unos extraños, estaban de más entre la mayoría, en el sucio e ingenioso trabajo de las hormigas que, con diligente minuciosidad, construían el hormiguero de la vida; aquella vida me parecía estúpida de parte a parte, mortalmente tediosa. Y con bastante frecuencia, veía que la gente misericordiosa y henchida de amor lo era sólo de palabra, pues de hecho, sin que ella misma se diera cuenta, se iba sometiendo al régimen general de vida.
Muy dura era para mí la existencia.
Pág. 103 (13) – 104

Se hizo el vacío a mi alrededor. Habían comenzado las algaradas estudiantiles, cuyo sentido no comprendía y cuyos motivos no estaban claros para mí. Veía la alegre agitación, sin presentir en ella tragedia alguna, y pensaba que, por la dicha de estudiar en la universidad, se podían soportar incluso torturas. Si me hubieran propuesto: “Ve a estudiar, pero, a cambio de esto, todos los domingos te apalearemos en la Plaza Nikoláievskaia”, yo, seguramente, habría aceptado la condición.
Pág. 111 (3)

En diciembre, decidí matarme. He intentado describir los motivos de esta decisión en mi relato Un episodio de la vida de Makar, pero sin conseguirlo. El relato me resultó desmañado, desagradable y carente de veracidad interna. Entre sus méritos, cabe señalar —a mi parecer— precisamente la carencia absoluta de esta veracidad. Los hechos son reales, pero su esclarecimiento parece hecho por otra persona y diríase que el relato no se refiere a mí. Dejando aparte el valor literario que pueda tener, hay en él algo que me agrada; el haber logrado saltar, al parecer, por encima de mí mismo.
Pág. 112 (7)

—Usted es una persona capaz. De una tenacidad innata, y al parecer está animado de buenos deseos. Necesita usted estudiar, pero de manera que los libros no le impidan ver la gente. Un sectario, un viejecito, dijo muy justamente: “Todo saber proviene del hombre”. La gente hace más daño al enseñar, enseña con más rudeza, pero su ciencia queda grabada más firmemente.
Me hablaba de lo que yo ya conocía, de que, ante todo, era preciso despertar la razón de la aldea, pero incluso en las conocidas palabras, captaba yo un sentido más profundo, nuevo para mí.
—Allí, en la casa de ustedes, los estudiantes charlan mucho acerca del amor al pueblo, y yo les digo: al pueblo no se le puede amar. Eso del amor al pueblo son palabras…
Sonriendo con disimulo, mirándome escudriñador, empezó a dar paseos por la habitación y prosiguió con dureza, aleccionador:
—Amar es aceptar, ser indulgente, no reparar en nada, perdonar. Con eso hay que ir a la mujer. ¿Pero acaso es posible no reparar en la ignorancia del pueblo, aceptar los desvarios de su razón, ser indulgente ante todas sus canalladas, perdonarle la ferocidad? ¿No, verdad?
— No.
Pág. 122 (3)

—¡Ya ve usted! Allí, en la casa de ustedes, todos leen a Nekrásov y cantan sus canciones, pero, ¿sabe usted?, ¡con Nekrásov no se irá muy lejos! Al mujik hay que inculcarle esto: “Tú, hermano, aunque como persona no eres malo, vives mal y no sabes hacer nada para que tu vida sea menos dura, mejor. La bestia, seguramente, se preocupa de sí misma con más sensatez que tú; la bestia se defiende mejor. Y de ti, mujik, ha salido todo: la nobleza, el clero, los sabios, los zares; todos éstos fueron antes mujiks. ¿Lo ves? ¿Has comprendido? Pues aprende a vivir, para que no te peguen en los morros…”
Pág. 123 (1)

Llenó de tabaco la pipa, dio unas chupadas, envolvióse al instante en una nube de humo y, reposado empezó a decir unas palabras que se me quedaron grabadas; dijo que el mujik es receloso e incrédulo. Tiene miedo de sí mismo, tiene miedo del vecino, y especialmente de todos los extraños. No han transcurrido tres decenios desde que le dieron la libertad, cada mujik de cuarenta años ha nacido esclavo, y lo recuerda. Cuesta trabajo comprender qué es la libertad. Razonando sencillamente, la libertad es: vivo como me da la gana. Pero por todas partes hay autoridades y no dejan vivir. El zar les ha quitado los campesinos a los terratenientes; por lo tanto, ahora el único señor de todos los campesinos es el zar.
Y de nuevo surge la pregunta: ¿qué es la libertad? A lo mejor, llega un día en que el zar explica lo que ella significa. El mujik cree mucho en el zar, único señor de todas las tierras y riquezas. El les ha quitado los campesinos a los terratenientes, les puede quitar los barcos y las tiendas a los comerciantes. El mujik es zarista, se da cuenta de que tener muchos señores es mala cosa, es mejor tener uno solo. Espera que llegará un día en que el zar le explique el verdadero sentido de la libertad. Y entonces, ¡que cada uno coja lo que pueda! Este día lo desean todos y todos lo temen, cada uno está alerta en su interior, no vaya a ser que se duerma el día decisivo del reparto general. Y tiene miedo de sí mismo: mucho quiere y mucho hay, pero, ¿cómo cogerlo? Todos afilan los colmillos para lo mismo. Y por si fuera poco, por todas partes hay un sinfín de autoridades, de jefes, enemigos manifiestos del mujik y también del zar. Pero sin jefes no sería posible vivir, todos se enzarzarían unos con otros, se matarían a palos unos a otros.
El viento, enfurecido, fustigaba los cristales de las ventanas con una copiosa lluvia de primavera. Una neblina gris se expandía por la calle, y mi alma se iba cubriendo también de la bruma grisácea del tedio. La voz serena decía queda, pensativa:
—Incúlquele al mujik que aprenda poco a poco a quitarle al zar el Poder de las manos; dígale que el pueblo debe tener derecho a elegir sus jefes, sacándolos de su propio medio: el comisario de policía rural, el gobernador, el zar…
—¡Con eso hay para un siglo!
—¿Y usted creía poder hacerlo todo para el día de la Trinidad? —preguntó en serio el Jojol.
Pág. 128 (5) – 129

Estudiaba con mucho afán y bastante aprovechamiento, y era muy grato su asombro; a veces, durante la lección, se levantaba de pronto y tomaba un libro de la estantería; arqueando mucho las cejas, leía con esfuerzo dos o tres renglones y, poniéndose rojo, me miraba maravillado:
—¡ Huy, la madre que lo ha parido, pero si leo!
Y repetía, cerrados los ojos:
Como la madre llora al hijo, sobre las sepultura, gime así la becada en la triste llanura…
—¿Has visto?
Varías veces, me preguntó a media voz, con precaución:
—De todos modos, explícamelo, hermano, ¿cómo ocurre esto? Una persona mira a estos garabatillos, ellos se enlazan en palabras, y yo las conozco: son palabras vivas, ¡nuestras! ¿Cómo las conozco yo? Nadie me las dice al oído. Y si hubiese estampas, se comprendería aún. Pero aquí parece que están escritos los mismos pensamientos, ¿cómo es eso?
¿Qué podía yo contestarle? Y mi “no lo sé” entristecía a la persona aquella.
—¡Esto es un embrujo! —decía suspirando, y examinaba al trasluz las páginas del libro.
Había en él una ingenuidad agradable y conmovedora, una cristalina transparencia, un algo infantil; cada vez me recordaba más al buen mujik de los libros. Como casi todos los pescadores, era poeta, amaba al Volga, las noches serenas, la soledad, la vida contemplativa.
Miraba a las estrellas y preguntaba:
—El Jojol dice que puede que también allí haya habitantes, de nuestra misma especie; ¿qué opinas tú, será verdad eso? Se les podría hacer señales, preguntarles cómo viven. Seguramente, mejor que nosotros, con más alegría…
Pág.  131 (11) – 132

La vida de la aldea se alza sin alegría ante mí. He oído y leído muchas veces que la vida de la gente en la aldea es más sana y sincera que en la ciudad. Pero yo veo a los mujiks en continuo trabajo de forzados, entre ellos hay muchos enfermos, que se han derrengado trabajando, y casi ninguna persona alegre. Los menestrales y obreros de la ciudad, aunque trabajan no menos que ellos, viven con más alegría y no se quejan de la vida de un modo tan fastidioso y molesto como esta gente sombría. La vida del campesino no me parece sencilla, requiere una intensa atención hacia la tierra y mucha sutil astucia con respecto a la gente. Y tampoco es sincera esta vida, precaria de razón, se observa que toda la gente de la aldea vive a tientas como los ciegos, siempre temiendo algo, sin fiarse nunca los unos de los otros; en ellos hay algo de lobos.
Pág. 139 (7) – 140

Mientras tomábamos el té, Romás me decía:
—Da lástima de esta gente, ¡mata a sus mejores hombres! Diríase que les teme. “No le convienen”, como se dice aquí. Cuando iba yo por etapas, a pie, a la Siberia esa, un forzado me contó que se dedicaba al robo y que tenía una verdadera banda: cinco ladrones. Un día, uno de ellos empezó a decir: “Dejemos el robo, hermanos, de todos modos no se saca provecho, ¡vivimos mal”. Y por ello lo estrangularon cuando dormía borracho. El capitán de la banda me habló muy bien del muerto: “A tres despaché después de él, y no me dio lástima, pero de aquel compañero me da lástima hasta ahora; buen compañero era, listo, alegre, un alma pura”. “¿Y por qué lo mataron, le pregunté, temían que les delatase? Hasta se ofendió: “No, él no nos hubiera delatado ni por todo el dinero del mundo, ¡ni por nada! Pero daba cierto reparo ser amigo de él, todos éramos pecadores, y él aparecía como justo. No estaba bien”.
Pág. 164 (14)

.. .No es posible describir cuán grato es navegar por el Volga una noche de otoño, sentado en la popa de una barcaza, al lado del timón, que gobierna un monstruo felpudo, de enorme cabezota; gobierna golpeando la cubierta con sus pesados pies, y respira densa, profundamente:
—¡O-o-hup!.. Or-ro-o-u…
Pág. 183 (4)

No sé, no puedo vivir entre estas gentes. Y le expuse a Romás mis amargos pensamientos el día en que nos separamos.
—Es una deducción prematura —me indicó en tono de reproche.
—¿Y qué le voy a hacer, si he llegado a ella?
—¡Es una deducción falsa! Carece de fundamento.
Estuvo largo rato tratando de convencerme, con palabras buenas, de que yo no tenía razón, de que me equivocaba.
—¡No se apresure a censurar! Censurar es lo más fácil, no se aficione a ello. Examínelo todo con serenidad, recordando una cosa: que todo pasa y cambia para mejorar. ¿Despacio? Pero con firmeza. Observe por todas partes, pálpelo todo, sea usted audaz, pero no se apresure a censurar. ¡Hasta la vista, amiguito!
Pág. 181 (4) – 182

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Citas en que se mencionan libros o personajes históricos, en «Mis Universidades»:

Recordé aquellos días muchos años después, al leer un cuento de A. P. Chéjov, asombrosamente verídico, acerca de un cochero que le hablaba a su caballo de la muerte de su hijo. Y lamenté que en aquellos días de aguda pena no hubiera habido junto a mí caballos, ni perros, y que no se me hubiera ocurrido compartir mi dolor con las ratas, pues en la panadería había muchas y yo vivía con ellas en buena amistad.
Como un milano empezó a dar vueltas entorno de mí el guardia urbano Nikíforich. Bien proporcionado fuerte, de cerdosos cabellos de plata y gran barba ancha, cuidadosamente recortada, me miraba, chasqueando golosamente los labios, como a un ganso, ya desplumado, en vísperas de Navidad.
—He oído decir que te gusta leer, ¿es verdad? —me preguntaba—. ¿Qué libros, por ejemplo? Supongamos que las vidas de santos o la Biblia…
Yo había leído tanto la Biblia como los cheti-mi-néis (libro eclesiástico) lo que sorprendía a Nikíforich, desconcertándole al parecer.
—¿Sí? i El leer es provechoso y no lo prohíbe la ley! Y las obras del conde Tolstói, ¿no has tenido ocasión de leerlas?
También había leído a Tolstói, pero resultaba que no las obras que le interesaban al guardia.
—Esas, por así decirlo, son obras corrientes, como las que escriben todos, pero dicen que en algunas arremete contra los popes, ¿quién pudiera leerlas?
Pág. 74 (2)

—¿Qué has escrito aquí? “¿Por qué Garibaldi no echó al rey?”. ¿Quién es ese Garibaldi? ¿Y acaso se puede echar a los reyes?
Enfadado tiró el cuaderno a la artesa, se metió en el foso del horno, y rezongó desde allí:
—¡Habráse visto, necesita echar a los reyes! ¡Tiene gracia! ¡Déjate de esas cosas, leedor! Mira que hace unos cinco años, en Sarátov, a los leedores como tú los cazaban los gendarmes igual que a los ratones, sí. Y ten presente que, ya se interesa Nikíforich bastante por ti. Déjate de echar a los reyes, ¡que los reyes no son palomos para echarlos a volar!
Pág. 80 (7)

En un rincón han encendido una pequeña lámpara. La habitación está desmantelada, sin más muebles que dos cajones, sobre los que se ha colocado una tabla, y en ésta como chovas en el palo de una cerca, se han posado cinco personas. La lámpara está bien sobre un cajón colocado «de canto”. Sentadas en el suelo, junto a la pared, hay tres personas más, y en la repisa de una ventana, un joven de largos cabellos, muy delgado y pálido. A excepción de éste y del barbudo, conozco a todos. El barbudo anuncia con voz baja que se va a proceder a la lectura del folleto Nuestras discrepancias, escrito por Gueorgui Plejánov, “ex afiliado a la Voluntad del pueblo”.
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—Bie-en —decía, sonriendo irónico—, por consiguiente, ¿a Dios se le jubila? ¡Hura! En cuanto al zar, yo mechador querido, tengo mi parecer: el zar no me estorba. La cuestión no está en los zares, sino en los amos. Yo puedo resignarme a tener el zar que queráis, aunque sea Iván el Terrible: anda, siéntate y reina si te gusta, pero dame el derecho de meter en cintura al amo. ¡Eso es! Si me lo das, te ataré a tu trono con cadenas de oro, te adoraré como a un Dios…
Después de leer El zar Hambre, dijo:
—¡Todo eso es una verdad corriente!
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Poco antes de la entrevista, yo había leído un libro —creo que de Draper—sobre la lucha del catolicismo contra la ciencia, y me parecía que todo aquello lo estaba diciendo uno de esos apasionados creyentes en la salvación del mundo por medio del amor, que, por compasión hacia los hombres, están dispuestos a degollarlos o a quemarlos en la hoguera.
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Entró en la cocina y mandó a la cocinera que hirviese en el samovar agua para el té; luego, empezó a mostrarme sus libros, de ciencia casi todos: obras de Buckle, Lyell, Gartpol Lecky, Lubbock, Taylor, Mill, Spencer, Darwin; y entre los rusos, de Písariev, Dobroliubov, Chernishevski, Pushkin, La fragata Palada de Goncharov, Nekrásov.
Los acarició pasándoles la ancha mano, como si fueran gatillos, y barbotó, casi con ternura:
—¡Buenos libros! Y éste es un rarísimo ejemplar, los demás los quemó la censura. Si quiere saber lo que es el Estado, ¡lea esto!
Me tendió el Leviatán de Hobbes.
—Este otro trata también del Estado, ¡pero es más ameno y alegre!
El libro alegre resultó ser El Príncipe, de Maquiavelo.
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Libro:
http://www.solidfiles.com/d/3b80307c99/