La tentación de lo imposible – Mario Vargas Llosa (2004)

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Título original: La tentación de lo imposible

País: Perú

 

Hace tiempo tenía este libro, pero recién este año me leí «Los Miserables» de Victor Hugo, un eterno pendiente, así que por fin me pude leer este libro de Vargas Llosa que es tan bueno hablando de literatura.

 

Resumen:

Libro en que Mario Vargas Llosa analiza “Los Miserables” de Victor Hugo y nos da varias lecturas acerca de la obra, así como rescata críticas de otros escritores.

 

Mario Vargas Llosa comienza contándonos que leyó por primera vez  “Los Miserables” en el año 1950 cuando aún estaba en el colegio Leoncio Prado y allí fue que conoció a esta gran obra de Victor Hugo y se deleitó con las aventuras y desventuras de Jean Valjean, Cosette, Fantine, Javert, Marius, Enjolras, Gavroche, los Thénardier, Éponine, el obispo Myriel, Fauchelevent, el viejo Mabeuf, el abuelo Gillenormand, los delincuentes de París, los estudiantes de la barricada, etc.

 

Primero nos hace un esbozo de la vida de Victor Hugo, que fue muy agitada y productiva, llena de amoríos y cambios en su postura política. Victor Hugo pasaría de monárquico a republicano, de llegar casto al matrimonio a ser un Don Juan que se acostaba con mujeres de todas las clases sociales y en sus últimos años con preferencia en las criadas. Tuvo un interés por muchas cosas en vida, incluso practicó dos años y medio el espiritismo, teniendo contacto por medio de la ouija con su hija fallecida Leopoldine, con Jesucristo, con Mahoma, Lutero, Dante, Luis XVI, Shakespeare, Aristóteles, Napoléon, Platón, etc, y hasta con seres míticos como el León de Androcles, la burra de Balam, y la paloma del arca de Noé. Pero también tuvo una gran producción literaria, fue famoso en su tiempo como solo lo pueden ser los actores de cine o cantantes de la actualidad. Era un escritor océano porque lo quería abarcar todo, y con los Miserables logra la gran novela del romanticismo francés.

 

Pasando a analizar la obra, Vargas Llosa resalta como personaje principal al narrador invisible y omnisciente que nos cuenta esta historia como si fuera real, y que a ratos este narrador aprovecha para hablarnos también de sus ideas e impresiones de los hechos que se relatan. Después Vargas Llosa diría que Los miserables fue la última de las grandes novelas clásicas y Madame Bovary sería la primera de las grandes novelas modernas, porque hace que este narrador invisible se haga menos visible, dando la ilusión al lector de que tiene un acercamiento más directo con la obra sin intermediarios, aunque claro, todo es una ilusión, y por este cambio sutil es que mucha novelas antiguas pueden resultar una experiencia diferente a las novelas modernas, aunque el lector no se dé cuenta, se siente raro, como los primeros lectores de Madame Bovary se sintieron al leer una novela contada de forma diferente a las novelas de entonces. Vargas Llosa llama a este narrador: el divino estenógrafo.

 

Después nos habla del destino y el azar en el universo de la novela. Son muchas coincidencias que se dan de forma casi absurda en toda la novela, que varios personajes confluyen justo en un tiempo y en un lugar exactos para poder dar movimiento a la historia, como que Fauchelevent justo esté en el convento donde Jean Valjean ha entrado de manera furtiva, o que en las inmensas cloacas de París se encuentre justo con Thénardier y luego con Javert. O que Marius se entere de la emboscada que Thénardier le prepara a Jean Valjean, sin saber que él es el hombre que se llevó a Cosette y que Marius justo acuda a Javert de todos los policías de Francia. Y así varios ejemplos.

 

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También nos habla de los personajes delineados con una personalidad total, varios de los principales o son blanco o negro. El obispo Myriel es todo bondad, el santo. Jean Valjean después de su conversión es todo fuerza y nobleza, el justo. Los Thénardier son todo maldad, los monstruos quisquillosos. Javert es todo deber, el fanático. El amor de Cosette y Marius es un amor puritano e inocente hasta el extremo de que Marius retire la mirada para no ver el corpiño de Cosette cuando esta se agacha, y nunca piensan en el sexo antes del matrimonio. Gavroche como el ángel de cara sucia, el simpático niño de los barrios bajos, modelo de tantos niños pobres en el cine del siglo XX. Enjolras es heroísmo total. Y los personajes colectivos como los presidiarios, las monjitas, los estudiantes del ABC, etc. Todos personajes irreales que solo la pluma genial de Victor Hugo los hacen creíbles. El único tal vez más humano en forma individual es Marius que es el único con varias debilidades, dudas, indecisión, se deja llevar por los acontecimientos y nos da la impresión de mediocridad. En la obra “el exceso nos parece normal, “el realismo” irrealidad”.

 

Vargas Llosa nos dice que en Los Miserables, Victor Hugo nos presenta a sus personajes como actores del gran teatro del mundo, sus papeles ya están escritos, solo les queda interpretarlos de la mejor manera. “Todas las muertes de la novela son efectistas, algunas cinematográficas”. Los personajes y sucesos se dividen entre luminosos y tenebrosos.

 

Vargas Llosa también nos habla de la tendencia política que se nota en la novela, y los cambios que tuvo Victor Hugo a lo largo de los años en que escribió Los Miserables, ya que se tomó y retomó la obra después de varios años cambiando partes enteras, sobre todo afectando al personaje de Marius.

Un tema central de la obra es lo ineficiente, malvada y ciega que puede ser la justicia (personificada en Javert) por dar penas a inocentes, o penas desproporcionadas como la muerte o la cadena perpetua por delitos menores. Si hubo una sola idea a la que Victor Hugo fue fiel en toda su vida era que estaba en contra de la pena de muerte. Se explica unos cuantos datos biográficos del autor que darían una explicación por ejecuciones que presenció siendo niño que lo impresionaron en sus viajes a Italia, España y en la misma Francia, con un novio de su madre condenado a muerte por conspirar contra el gobierno.

 

También tenemos un acercamiento literario e histórico sobre el levantamiento de París de 1832, dando datos reales sobre el hecho, y la actitud de Victor Hugo cuando pasaron. Un hecho minimizado por Victor Hugo fue la epidemia de Cólera que asoló poco antes París y que hizo que las masas pobres hirvieran de descontento, miedo y violencia en ese año. Se  reflexiona sobre la revolución, el progresismo y el destino humano, cómo Victor Hugo plasma sus ideas en la novela, ya que dos hechos históricos que se toman como escenario y justificación de muchos hechos en la novela son la batalla de Waterloo y el levantamiento popular de 1832.

 

También hay partes que Victor Hugo escribió para Los Miserables y que nunca los agregó a la obra finalmente publicada por diferentes razones, como el prefacio filosófico en que el autor diserta sobre Dios y el Alma, o el discurso sobre la prostitución que iría dentro de la novela, en la tercera parte.

Victor Hugo después escribiría que Los Miserables no es una novela de aventuras, sino un tratado religioso. Y a pesar de sus críticas a la iglesia católica que se notan, su objetivo con la novela era acercar a las personas a un mundo donde Dios y el destino existen. Su idea de buena religión se refleja mejor en el personaje del obispo Myriel, que predica más con el ejemplo que con la palabra o la autoridad, nunca se enoja ni aún cuando oye herejías. Y aunque es un personaje que apenas sale en la primera parte, su presencia se siente durante toda la novela y hasta el final cuando Jean Valjean mira ya viejo los candelabros que le regaló el obispo. 

Nos dice el narrador, esta novela no es la historia de un expenado y la hija de Fantine, sino “un drama cuyo primer personaje es el infinito. El hombre es el segundo”.

Dice Vargas Llosa que no es casualidad que el golpe de muerte para el narrador-dios todopoderoso llegue con Flaubert, que era un escéptico en materia religiosa.

“El mundo tan prolíficamente descrito y explorado en la novela es apenas un decorado para el drama profundo que el narrador-Dios quiere contar: la redención del hombre, su irresistible y trágica marcha hacia el bien, el rescate de Satán por el Ser Divino”.

 

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Vargas Llosa también menciona líneas, opiniones y críticas de otros escritores modernos y contemporáneos de Victor Hugo sobre la obra, entre ellos destaca una crítica negativa que le hace Lamartine, un escritor amigo suyo, y que además fue político estando en el gobierno francés cuando se dió la revolución de 1848. Lamartine ataca al libro llamándolo peligroso.

 

En palabras de Lamartine: “«El libro es peligroso, porque el peligro supremo en lo relativo a la sociabilidad consiste en que si el exceso seduce al ideal, lo pervierte. Apasiona al hombre poco inteligente por lo imposible: la más terrible y la más homicida de las pasiones que se puede infundir a las masas, es la pasión de lo imposible. Porque todo es imposible en las aspiraciones de Los Miserables, y la primera de esas imposibilidades es la desaparición de todas nuestras miserias»”

 

Para Lamartine el libro es subversivo porque le presenta un mundo ideal a los lectores, que cuando dejen de leer la ficción, chocarán con la realidad y se convertirán en enemigos del sistema por insatisfacción y al querer tener un mundo mejor. Cosa que puede hacer sonreír, ya que es como creer que una novela de ficción puede cambiar el mundo o la realidad política de un país.

 

Dice Vargas Llosa:

“En esto, fascistas, comunistas, fundamentalistas religiosos y dictaduras militares tercermundistas son idénticos: todos están convencidos de que la ficción no es, como se cree en las ingenuas democracias, una mera diversión, sino una mina intelectual e ideológica que puede estallar en el espíritu y la imaginación de los lectores, tornándolos rebeldes y disidentes. La Iglesia católica estuvo de acuerdo con Lamartine y encontrando a la novela de Victor Hugo peligrosa para la salud de los creyentes, la puso en el Index de libros prohibidos en 1864.”

 

“Exageran, pero no se equivocan. La literatura, una vez que en una sociedad quedan segadas todas las vías a través de las cuales los ciudadanos pueden en las sociedades abiertas expresar sus opiniones, sus anhelos o manifestar sus críticas —los órganos de prensa, los partidos políticos, las consultas electorales—, se carga automáticamente de significados que desbordan lo estrictamente literario y pasan a ser políticos. Los lectores leen los textos literarios entre líneas y ven (o quieren ver en ellos) lo que no encuentran en los medios de comunicación convertidos en órganos de propaganda: las informaciones escamoteadas, las ideas prohibidas, las protestas y condenas impedidas. Quiéranlo o no sus autores, en semejantes circunstancias, la literatura empieza a cumplir una función subversiva, de acoso y derribo de lo existente.”

 

“Pensar y soñar sin orejeras es la manera como los esclavos empiezan a ser indóciles y a descubrir la libertad.”

 

Vargas Llosa dice que Lamartine en su empeño de hundir la novela de Victor Hugo en el descrédito le rinde el mejor homenaje al proclamarla tan peligrosa que puede reemplazar a la realidad misma en la mente de sus lectores, por presentarles la tentación de lo imposible.

 

Muy buen libro. Que se saborea mejor después de leer «Los miserables». Muy útil para ahondar en detalles del autor y de la novela misma. En la forma en que está escrita y sus personajes. En una novela tan grande y tan famosa como es esta, hay mucho para conocer tanto a nivel interno de la novela como la repercusión en la crítica y el público.

Y Vargas Llosa nos acerca más al mundo literario de Victor Hugo con este libro.

 

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Algunas citas del libro:

 

Cada época tiene su irrealidad: sus mitos, sus fantasmas, sus quimeras, sus sueños y una visión ideal del ser humano que las ficciones expresan con más fidelidad que ningún otro género.

 

Aunque están en bandos enemigos, la mentalidad de Javert, pese a su espíritu estrecho, no es muy distinta de la de Enjolras, el revolucionario. No dudan, creen ciegamente en una verdad —en una justicia— a la que están dispuestos a sacrificar la vida, propia o ajena. Se trata de dos fanáticos, uno de derecha y otro de izquierda.

 

Porque «La verdadera división humana es ésta: los luminosos y los tenebrosos. Disminuir el número de los tenebrosos, aumentar el número de los luminosos: he ahí el objetivo. Por eso, exclamamos: ¡Enseñanza! ¡Ciencia! Aprender a leer es encender el fuego; toda sílaba deletreada echa chispas» (IV, VII, I, p. 1009). Lo que enfureció tanto a los conservadores de la época no era un libro anarquista, ni socialista, sino tímidamente liberal y socialdemócrata.

 

Desde un punto de vista bien distinto, el escéptico Flaubert, a quien la novela le parecía escrita «para la crápula católico-socialista, para todas las alimañas filosófico-evangélicas», sostenía que la deformación de la vida social en la novela era excesiva: «La observación es una cualidad secundaria en literatura; pero es inadmisible pintar de una manera tan falsa la sociedad cuando se es contemporáneo de Balzac y de Dickens», escribió, a propósito de Los Miserables, a Madame de Genettes.[36] Lamartine en sus «Considérations sur un chef-d’oeuvre, ou le danger du génie» (1863), serio ataque que analizaremos más adelante contra un libro que, según él, predica «el socialismo igualitario, creación de sistemas contra natura», estampa esta severísima observación: «Por lo pronto, adviertan ustedes algo asombroso en este poema de los trabajadores ilusionados: que en él nadie trabaja, y que todos salen de la cárcel o son dignos de estar en ella, con excepción del obispo y de Marius, de la religión y del amor»[37].

 

El pío don Narciso Gay examina la tesis del libro según la cual se debe «educar a todos los pobres». Si es así, reflexiona, es porque el libro cree que la educación los hará más justos y más buenos. ¿Cómo es posible entonces que el senador aristócrata de la novela, varón culto, sea un politicastro corrupto y pesimista, el materialista repelente que es? Si las «clases educadas» son así ¿por qué proclamar que la educación será la herramienta del progreso social?: «Victor Hugo habría de confesarnos, pues, o que es de todo punto inútil la educación que reclama para los pobres, o que los ricos que la han recibido no pueden ser en nuestra sociedad los miembros más inmorales»[38].

 

Porque las «mentiras» de la ficción sólo son aceptadas por los lectores cuando, a través de las deformaciones, exageraciones, corrupciones y trastornos que imprimen a la experiencia humana, expresan una verdad profunda, oculta bajo la máscara con la que el creador recompone en su obra lo vivido.

 

Pero si en la sociedad ficticia las leyes son injustas y los tribunales se equivocan o exceden, aún más grave es el sistema penitenciario, que ejercita impunemente la crueldad y fomenta el delito adiestrando al delincuente. Lo proclama Jean Valjean, al confesar su identidad al tribunal de Arras para salvar a Champmathieu: «Antes de ir a la cárcel, yo era un pobre campesino muy poco inteligente, una especie de idiota. La cárcel me cambió. Era estúpido y me volví malvado; era leña y me transformé en antorcha» (I, VII, XI, p. 292).

 

Estas ideas sobre la historia, el destino humano, la revolución y el progreso, constituyen una curiosa mezcla de providencialismo liberal e historicista aderezado de pragmatismo social democrático. La Historia es un progreso continuo, cuyas pautas son ciertos sobresaltos grandiosos llamados revoluciones. La más importante y, en cierto modo, la última de todas es la de 1789, que sentó las bases legales e institucionales para que a partir de ella el Progreso sea «una pendiente suave», sin caídas bruscas. Sin embargo, como la eliminación de la miseria es lenta y hay altos y desvíos en la marcha del progreso, se producen a veces nuevas revoluciones que, aunque tendrán que ser debeladas para que la historia prosiga su camino ineluctable, deben ser comprendidas, excusadas, admiradas, lloradas y cantadas. Estas ideas no carecen de originalidad.

 

¿Cuáles eran estos sectores y cuál de ellos se alzó en armas aprovechando las exequias del viejo general? Las opiniones de los historiadores divergían sobre este punto en el pasado, pero ahora parece claro que todos los enemigos de la Monarquía de Julio —tanto los que hacían una oposición de izquierda, los republicanos y bonapartistas, como los de derecha, los legitimistas y carlistas—, se pusieron de acuerdo para amotinar al pueblo con motivo de los funerales de Lamarque y se enfrentaron juntos a la guardia.[55] De manera que a la pregunta ¿qué querían los insurrectos que se hicieron matar en las barricadas de Saint-Denis en las jornadas de junio de 1832?, hay que responder: cosas distintas e incompatibles entre sí. Los republicanos querían acabar con la monarquía e instaurar un régimen democrático y parlamentario, basado en el sufragio universal; los carlistas y legitimistas, resucitar la Restauración, es decir la monarquía absoluta, tradicional y ultramontana, aboliendo los últimos vestigios de constitucionalidad y liberalismo, y, los bonapartistas, el desquite contra los traidores de Waterloo y los sepultureros del Imperio que pretendían restaurar… ¿Se puede concebir una amalgama más heterogénea?

 

Los Miserables hace de todo ello una astuta abstracción: disuelve estos particularismos ideológicos en una nube sentimental y utópica tan general en sus principios y en su retórica que los representa a todos y a ninguno, hermanándolos doctrinariamente en una lírica ficción intelectual.

 

el divino estenógrafo llevó a cabo una operación más compleja y noble que una superchería: trastocó la historia en ficción.

 

Según un librito con pretensiones estadísticas sobre la delincuencia, escrito por Balzac, pero publicado sin firma en 1825, una de cada diez personas es un delincuente («40 000 estafadores, 15 000 ladronzuelos, 10 000 ladrones con efracción, 40 000 mujeres públicas que viven del bien ajeno, constituyen una masa de 110 a 120 000 personajes algo difícil de administrar. Si París tiene 1 200 000 almas, y el número de ladronzuelos llega a 120 000, resulta que hay un pillo por cada 10 personas decentes»)[56]. En el admirable estudio de Louis Chevalier, de donde tomo estos datos, se demuestra que jamás como en estos años «fueron tan fuertes los antagonismos sociales y políticos, jamás se dieron a semejante ritmo las tormentas políticas y jamás, pese a la expansión económica, y hasta en los períodos de más incontestable prosperidad, la miseria de los más fue tan total»[57]

 

Louis Chevalier señala al Hugo de Los Miserables como el novelista que más fielmente reflejó el tema «criminal» de su tiempo —más que Balzac o Sué—, porque, dice, la suya fue la primera novela en mostrar a las classes dangereuses y las laborieuses no como entidades rigurosamente separadas, impermeables una a otra, sino visceralmente ligadas, y en entender que el crimen era un «subproducto» de la miseria y que permeaba igual que ésta a toda la sociedad.

 

como epígrafe de la novela unas breves líneas afirmando que Los Miserables podían ser útiles mientras no fueran resueltos los «tres problemas del siglo»: la degradación del hombre por el proletariado, la decadencia de la mujer por el hambre y la atrofia del niño por la noche. Ateniéndose a este escueto epígrafe, muchos críticos han concluido que las intenciones del libro son sociales y que con la novela Victor Hugo se propuso combatir las injusticias, prejuicios y el desamparo de que eran víctimas los trabajadores, las mujeres y los niños en la Francia de su época.

 

El último capítulo —XII— regresa a la novela y resume la meta y sentido de Los Miserables: «¿Es este libro el cielo? No, es la tierra. ¿Es el alma? No, es la vida. ¿Es la plegaria? No, es la miseria. ¿Es el sepulcro? No, es la sociedad».

 

La novela, según el divino estenógrafo, no es, como creía Balzac, «la historia privada de las naciones», sino una historia más abarcadora que la de los historiadores, porque éstos sólo registran los hechos importantes, en tanto que para la novela todo es importante: los grandes hechos y también los menudos y triviales.

 

Lo cierto es que, aunque en menor escala, todas las ficciones hacen vivir a los lectores «lo imposible», sacándolos de su yo particular, rompiendo los confines de su condición, y haciéndolos compartir, identificados con los personajes de la ilusión, una vida más rica, más intensa, o más abyecta y violenta, o simplemente diferente de aquella en la que están confinados en esa cárcel de alta seguridad que es la vida real. Las ficciones existen por eso y para eso. Porque tenemos una sola vida y nuestros deseos y fantasías nos exigen tener mil. Porque el abismo entre lo que somos y lo que quisiéramos ser debía ser llenado de alguna manera. Para eso nacieron las ficciones: para que, de esa manera vicaria, temporal, precaria y a la vez apasionada y fascinante, como es la vida a la que ellas nos trasladan, incorporemos lo imposible a lo posible, y nuestra existencia sea a la vez realidad e irrealidad, historia y fábula, vida concreta y aventura maravillosa. Basta que una ficción sea lograda y suma a los lectores en la ilusión para que este milagro se produzca.